Resentidos Sobre Ruedas
Grupo de Ciclistas en Concepción Chile

Tercer Viaje

“Lo que se hace antes de empezar un viaje es buscar un lindo camino, que por lo menos se vea bien en el mapa, y después quizás preguntarle a alguien que lo haya hecho antes, cuestionarse acaso si en verdad es lindo, finalmente sólo queda ir aya, aperrar y hacerlo.”

Como siempre todo partió en Concepción, nuestra ciudad, yo me llamo Bruno y se me ocurrió la idea de hacer un tercer viaje en bicicleta con mis amigos cercanos. Después de preguntar un poco descubrí que éstos sólo eran tres: David, Devin y Francisco, tan buenos amigos como para acompañarme al lugar desconocido que les propuse, la verdad es que después de pensarlo entendí cuan grande debe ser la confianza que ellos depositan en mí. (Sin embargo, estoy seguro de que en este gran mundo hay un alma solitaria más que nos hubiese acompañado si le hubiésemos pedido; queda para una próxima ocasión Smith, porque para eso hay tiempo de sobra)

La historia comienza así…

Mi abuelo tiene un fundo que se llama el Roble. Queda en la VIII Región a la altura de Chillan un poco más hacia la cordillera de Los Andes. Yo había ido una vez hace varios años, en auto, y de verdad que no me acordaba de mucho.

Busque el lugar en el mapa y casualmente había un puntito que decía “El Roble”, miré bien y desde el punto hacia la frontera con Argentina había un área denominada como “Reserva Nacional Los Huemules de Niblinto” donde alojaba según la guía turística Turistel, una gran comunidad de los últimos ejemplares de Huemules en toda la zona central del país.

De cualquier manera resultó que me interesé en el lugar. Para llegar mostraba el mapa un caminito con puntitos muy suavecitos que se internaba tímidamente en el bosque. Pregunte bien y este camino eran 39km de ripio en subida, en cambio dijeron que había otro camino; mucho más fácil, que avanzaba al lado de un río, que lo cruzaba un par de veces, y que era solo para vehículos de doble tracción o personas a pie, a caballo quizás, y fue en ese momento en que visualicé todo el viaje entero, me emocioné y propuse las invitaciones al viaje en bicicleta.

Con dos viajes anteriores en el cuerpo podría decirse que ya teníamos la experiencia de los viejos zorros, así que todos los demás wevones sólo me pidieron 1 día y medio más como para preparar todo. Así que lo típico; comida; sacos; carpas; ollitas; ropa; bolsitas de té; cuchillos; parillas; las bicicletas listas y partimos. Pero volvió Devin antes de partir, o en verdad fue su querido papá, porque se le quedó casi todo lo anterior. En total fueron dos los enviados especiales de vuelta a la casa en motocicleta para juntar todo y que todo resultara como lo habíamos planeado, por lo menos para que no muriéramos de frío en la cordillera. El primero como ya mencioné había sido el papi de Devin y el segundo fue un junior del hotel donde vive mi abuela, no se rían que no es broma, con mi cepillo de dientes. Después de retrasar el viaje en bus a Chillan por algo de una hora y cuarenta y cinco minutos, nosotros entonces, partimos.

Todo resultó increíble… Con lo siguiente espero resumir, aunque de forma muy interna lo mejor de toda la primera parte (aunque la primera parte sea sólo el primer día en bicicleta, lo que pasa es que por alguna razón en estos viajes los días se hacen más largos y el tiempo pareciera en verdad ser relativo); Así todo fue; Hermosilda; el Nerd de Codef; la pseudoFuente Alemana; el gran Coihueco; el camino a Coihueco; eh… Flandez en pana; unos regadores; las fotos; sudor; y caca.

La primera noche… Habíamos pedaleado 27 km. por pavimento desde Chillán hasta Coiheco, un pueblito amigable, no tan pequeño y que al final del recorrido me deja puros buenos recuerdos. Por ejemplo, un emparedado de queso y jamón en un callejón frente a la plaza, comiendo sentados con la espalda apoyada en el muro, justo en la parte de atrás de un supermercado, el Keymarket de Coihueco. Desde allí sólo unos pocos kilómetros más por ripio hasta el río Niblinto.

El lugar, era un puente bien alto y un camping a ambos lados del camino, paramos de andar a las 9:00pm y justo a las 9:30, cuando ya apenas quedaba luz, nos decidimos todos a acampar. Entonces Devin levantó la carpa, y yo la otra, mientras David y Francisco prendían el fuego. Cada uno comió lo que pudo y nos acostamos temprano. David y Devin hablaron cacas hasta las 2:00am., pero yo ya no tenía conciencia del tiempo ni del espacio.

Al otro día… Sin apuro, tomamos el clásico café con galletitas de soda y manjar. Nada mejor que empezar el viaje por el río Niblinto a las12 del día. Sin embargo, no había nada que reprocharle al camino ni, por supuesto, tampoco al organizador y guía de viaje que se llenaba sólo de halagos con cada una de las sorpresas increíbles con las que nos premiaban cada uno de los lugares y paisajes impresionantes por los que pasabamos. Era simplemente un derroche de verde y de aire limpio, el río Niblinto por su parte, de apoco nos iba contagiando con toda su serenidad y parecía lentamente ir alejandonos de la vida urbana. Constante e imperturbablemente nos tocaba con su ruido de agua y piedra, muchas veces invisible, día y noche, y nos limpiaba como por dentro con una brisa fresca, lenta, imperceptible.

Para que mencionar la hermosa amistad que estrechamos todos nosotros con el río Niblinto, más que nada nos dio vida de verdad, con toda el agua fría que le robamos y quien sabe quizás hasta nos prestó un poco de su energía inmensa, la cual, en todo caso, nosotros no demorábamos en devolver rápidamente al medio a través de los poros.

En resumen, el segundo día, nosotros 4 anduvimos en bicicleta, subimos cerros, comimos moras, tomamos agua, transpiramos agua, miramos aguas, nos bañamos en el Niblinto y hablamos cacas.

La segunda noche…

Llegamos al famoso cruce que hace el camino al Niblinto. Tal como nos habían contado, en algún punto del camino hace ya 40 años que no había puente y solo quedaban 3 grandes pilares construidos el año 39. Como nos habíamos propuesto acampar a más tardar a las 8:00pm., acampamos a las 8:30 y a las 9:30 ya estábamos listos para tomar café con galletitas dulces, nada muy pesado como para dormir bien. Alrededor de la fogata secábamos zapatillas, hablamos de la vida y planeamos el día siguiente. David aprovecho el momento para planear entero todo su 1er año como universitario:

“Lo que yo quiero hacer este año en la u es (simplemente)hacer…CONTACTOS” Nada mas sencillo que eso, que sentimientos más puros, sanos y realistas a la vez. Sabíamos que este año, nuestro primero de universidad, sería un año de cambios fuertes, de nuevas realidades, de gente distinta, y también nuevas amistades. Devin que se va a vivir con sus tíos a USA, aprovechó para asegurar que volvería a vernos el año 2005, nosotros prometimos seguir siendo amigos y quizás alguna vez en el fututo, a lo mejor muy pronto, a lo mejor no, juramos todos volver a vernos. No entiendo por qué los días pasan tan lento en la orilla de un río.

En la mañana tiramos las bicis al agua, cruzamos el río y proseguimos, cerca de las 12, cuando el sol quema más fuerte llegamos a el fundo de “el imposible”, ahí estaba Don Tito que nos recibió y nos habló del camino hacia Piedras Azules, el hombre que alguna vez vivió en Concepción, nacido y criado en Palomares, con mucha solicitud y buena disposición, después de repetir 5 o más veces las indicaciones dijo:

“(…)Como no vamos a entendernos entre penquistas.”

Y eso era lo que yo me preguntaba tres horas más tarde, después de un par de subidas asesinas en el cuerpo, verdaderas monstruosidades inclinadas que sin duda hubiesen hecho temblar a casi cualquier 4×4, incluidos también los camiones madereros (los únicos y escasos usuarios de esa ruta) e incluidos de todas maneras a los ciclistas extremistas con el sentido de la auto-conservación correctamente calibrado y quizás menos lleno de polvo que el nuestro. Estábamos perdidos (sin agua) y en medio del cerro, pero nos daba verdadero miedo movernos de nuestra posición. Sabíamos que algo andaba mal, pero no queríamos bajar y definitivamente no queríamos subir. No más, nunca nunca más.

Sucedió que bajamos hasta el principio y de nuevo, estábamos en la casa de Don Tito. En seguida decidimos que mientras David y Yo descansáramos a la sombra de un gran castaño, Devin y Francisco fueran por ayuda. Volvieron en un rato con el nieto de Don Tito, y resultó que no era tan chico como se veía a lo lejos, y resultó también que conocía perfecto el camino, y con nuestra mala suerte resultó finalmente que no estábamos tan perdidos como pensábamos. Por lo menos, “antes” no habíamos estado tan perdidos, presisamente cuando estábamos allá arriba en el cerro. Ahora sí, metafóricamente, estábamos ¡completamente perdidos!

A esas alturas el Eco-Challenge era un chiste de mal gusto…

Devin había jurado por su cámara fotográfica que no volvería a subir esa primera en su perra vida… No habían pasado 20 minutos desde el juramento y tuvo que subirla entera de nuevo. Por supuesto todos lo hicimos con mucho gusto y con una sonrisask en la cara.

El nieto de Don tito nos explicó bien por donde era, e incluso nos llevó hasta la desviación del camino principal por donde se bajaba hasta el río para volverlo a cruzar hacia su costanera Norte, esa misma desviación que era tan increíblemente pequeña, que a pesar de estar nosotros advertidos íntegramente de que existía, tampoco tomamos en cuenta, ni menos en serio a jusgar por su tamaño y condición, y entonces seguimos de largo.

Bajando por ahí llegamos al lugar bajo una gran roca que en su parte inferior tenía un piquete de mina, en la que por lo que se cuenta, antiguamente extraían grandes cantidades de oro.

Llegamos abajo y se nos hicieron pocos los 40 minutos de baño, descanso y relajación en el Niblinto, algunos de nosotros también comiendo galletitas dulces y tomando jugos en polvo. No fue nada cruzar de nuevo el Niblinto. Ya estábamos convertidos en verdaderos expertos del ciclismo aventura de alta competitividad, ya nada, ni absolutamente nadie, nos podría impedir llegar hasta nuestro objetivo.

Llegamos al otro lado… Nos fotografiamos con un par de Jabalíes salvajes, más conocidos en esa zona pre-cordillerana como chanchitos domésticos inofensivos, y seguimos. La verdad; es que me asusté cuando David exclamó: Mira atrás tuyo! Y me di vuelta, y venían 3 jabalíes salvajes hacia mí, un poco más peludos que los chanchos tradicionales, esos comestibles, que yo había visto alguna vez en la tele a lo mejor, y se quedaron parados, los tres, mirando.

Yo también.

(Entonces recurrí a todos mis conocimientos previos de sobrevivencia en medio de la selva, y utilicé la famosa y bien recurrida técnica de la inmovilidad frente a un animal peligroso y que probablemente reacciona frente a la inseguridad de su oponente, y entonces me quedé quieto, sin pestañar, sin respirar y sin dar la mínima muestra de temor, porque dicen que todos estos animales huelen el miedo. Después de 20 segundos de máxima tensión y no pocas vacilaciones, me fijé que al parecer los jabalíes, por lo menos los que come Obelix tienen cuernos.

De cualquier manera esos viven en Francia y yo estaba en Chile. La cosa es que yo esperé otros 20 segundos por si acaso, y sin embargo ya estaba más que preparado psicológicamente para el enfrentamiento, mano a mano hasta la muerte contra un jabalí enfurecido, la verdad es que esperaba un ataque tipo envestida, y pretendía correr al río o algo por el estilo. Ahora que lo pienso con calma podría, si hubiese querido, haberlo ahorcado con un brazo en el cuello o quizás haberlo matado con el asiento de mi bicicleta.

Sin saberlo habíamos llegado al fundo El Roble, o Piedras Azules como también es conocido, anduvimos 5 minutos hasta la casa de Don Vitoco, el cuidador. Como éste no estaba, Juan, el guarda-parques de la Reserva de Huemules e hijo de Don Vitoco que estaba en la casa, nos recibió como verdaderos dueños de Hacienda. Mi abuelo al parecer se había logrado contactar con él quien ya sabía con anterioridad de nuestra visita. Así que nos guió por un sendero y nos abrió la cabaña para huéspedes, después de 2 días durmiendo en el suelo y en carpas incómodas, cualquier refugio era para nosotros lo más parecido a un hotel de lujo acomodado para el ecoturismo. Después que Juan vio como nos acostumbrábamos de lo más bien al mesón de afuera en el patio, bajo el parrón, fue a su casa y nos trajo pan amasado recién elaborado, uno a cada uno. Sí, y de esos bien de campo, ¡grandes!, como debiera ser. Preparamos además arroz a gusto, con champiñones o a la primavera, después hablamos un poco de caca de esa que hace bien para el cansancio y antes de que se nos escapara el sol nos apuramos a caminar hacia los posones de “piedras azules”, la más conocida de las atracciones de la zona, después de los huemules por supuesto.Un paraíso de la pesca, según podría confirmarlo cualquiera de los lugareños al que le preguntaras, aunque estos no son muchos, son varios los que vienen de lejos a aprovechar esta maravilla con carácter de exclusiva para cualquiera que se atreva a aventurarse. La descripción del lugar puede ser simple: Rocas milenarias llenas con agua azul bien oscura y hasta negra en los lugares en que se hacen más profundas, varios metros quizás, los más que suficientes como para dar miedo de repente hasta de nadar por encima. Otro detalle, muy reconfortante además, es que las aguas son transparentes en los posones, y dejan entrever el fondo, las murallas de piedra muy disparejas con puntas que sobresalen y también claramente a los salmones, que tal como nosotros, disfrutaban tranquilos del verano caluroso.

Por supuesto que no aguantamos la tentación, nos bañamos, saltamos de las rocas y nos sacamos fotos. Cuando sentimos que empezaba a dar frío nos volvimos a la cabaña.

En el camino aprovechamos de gozar con una didáctica guerra de bostas secas, muy apasionada por cierto, y todo muy limpio, rústico y natural. La tercera fue la última noche del viaje, los famosos huemules estaban a solo1 día más a pie desde donde nos estábamos quedando, pero nosotros ya teníamos suficiente como para volver a casa y llevarnos todo en nuestras alforjas cargadas con historias, con nosotros se iría en la memoria de 3 días muy especiales. David por su parte debía llegar a Concepción para asistir al cumpleaños de su viejo, y a todos nos pareció buena idea acompañarlo en la vuelta. Sabíamos por otra parte que el camino de regreso haría todo lo posible por no quedar en menos frente al de ida. Sin embargo, nos quedaba un solo gran consuelo; todo lo que sube tiene que bajar, y eso quizás nos ayudó a dormir mejor.

Aprovechamos entonces el tiempo libre para molestar a David, por su comentario muy particular de la noche anterior, a Devin también, por ser tan blanco (y ahora rojo), a Francisco por ser tan flexible y a mi mismo incluso, a lo mejor por volado.

Alcanzó el tiempo incluso para echar de menos a la mamá y a la casa, el refrigerador y unas cuantas cosas más que complementan la vida de cada uno. Estoy seguro de que todos habíamos aprendido a apreciar un poco más que antes.

El cuarto día, el de regreso.

Despertamos temprano, claramente se distinguían las ansias por el regreso. Armamos todo rápido, ordenamos un poco todo, nos fuimos a despedir de Juan el guarda parques y entonces partimos.

Desde ahí subimos 1 hora y 40 minutos y llegamos lo más alto que podríamos haberlo hecho; con decir que desde donde estábamos no había nada más que subir, eso sí había una vista hermosa y junto a la que empezamos a bajar. A alguna hora pasado el medio día llegamos a Minas del Prado un pequeño pueblo a 19 km. de Coihueco, ahí comimos pan con queso y mortadela, Francisco llamó a su papá y seguimos.

A Alguna otra hora llegamos a Coihueco, todos muy contentos, en especial las 4 bicicletas amigas que a esas alturas del viaje parecían ya no resistir otro kilómetro más de bajadas con piedras sueltas, entonces tomamos un pequeño busecito y ocupando la mitad de los asientos en puras ruedas y bicicletas desarmadas además de los bolsos, por 500 pesos cada uno llegamos a Chillán. Por 1500 más, que los pagó todos Devin y hasta el cierre de esta edición todavía nadie le paga de vuelta, excepto yo por supuesto, nos trajeron de vuelta al grandioso Concepción.

En resumen…

todo fue una pequeña gran aventura que funcionó por 4 días para darnos a conocer los placeres más chicos que tiene esta hermosa vida. Y que se empeñó por enseñarnos, de la única forma posible, qué tan rica puede llegar a ser una menospreciada sopa maggi.

Escrita por Bruno Betanzo