Primer Viaje
Nuestra idea era bajar desde Malalcahuello al Parque Nacional Conguillío, atravesarlo para luego tomar la ruta hacia Pucón bordeando el lago Caburga. 7 días y más de 200 km por caminos pavimentados y, en su mayoría, senderos de tierra y ripio. ¿Estábamos realmente preparados? Teníamos:
- Comida instantánea para más de 1 semana.
- Todos los accesorios de una cocina portable
- Bicicletas ya equipadas con parrillas, alforjas, parches, pegamento, etc.
- 2 carpas para 2 personas.
- Las imprescindibles pastillas para purificar agua.
- El estomago lleno luego de una escala en la Confitería Central de Victoria en medio de un viaje en bus desde Concepción a los altos de la Región de la Araucanía.
Día 1
En realidad poco se sabía de Malalcahuello y lo que se sabía era que poca gente lo conocía: 600 habitantes y encajado en un valle precordillerano a 90 km de Victoria y a unos 5 de las faldas del volcán Lonquimay, conocido autóctonamente como el Mocho. Justo en la cima de una pequeña colina en los suburbios más lejanos del pueblo (a 2 cuadras de la Plaza de Armas, otrora vez cancha de football de antaño) estaba la casa de vacaciones de Nicolás, fuente de muchas historias que ahora veía iniciar una nueva: La Nuestra.
Ya era tarde cuando llegamos, más aun cuando comíamos el kuchen patrocinado por Confitería Central, Victoria y arreglábamos nuestras bicicletas para el día siguiente.
Dia 2
Bruno en una GT blanca, Devin en una Mongoose verde usando su flamante short negro con toallita femenina todo incluido, David sobre una auténtica bicicleta marca David & Cariola, y Nicolás en una Dinova azul con marco para mujeres bajaban por un serpenteante camino pavimentado sin ponerse de acuerdo si se debía andar por la izquierda o derecha ¿Acaso alguien supiera la verdad de este problema?
La ruta de 35 km hasta Curacautín descendía desde la alta precordillera, contigua al río Cautín en una primera parte para luego adentrarse en bosques de Raulíes y Coihues en su mayoría y terminar por introducirse en extensas plantaciones de trigo que en si rodeaban a Curacautín. Almorzaron tranquilamente en el centro de esta ciudad agrícola, ganadera y forestal de 30.000 hb. Hacía el extremo oriente de la ciudad se abría el Parque Nacional Conguillío, la puerta de entrada a un camino de ripio y tierra que rodeaba el Volcán Llaima por el Este y una intensa vegetación de Araucarias y flora nativa. Era en verdad como una historia del hombre versus la naturaleza y lo desconocido, pero más que nada contra las limitaciones tecnológicas de las alforjas y del completo sistema móvil de Nicolás (que detenía al grupo entero): primero fue la alforja que raspaba los rayos de la rueda trasera, luego la parrilla que soltaba tornillos y se caía, en alguna ocasión la cadena y cuando todo parecía arreglado cundió el cansancio que trataba de aminorar con sorbos de agua virgen de las muchas pequeñas vertientes que corrían junto al camino.
Luego, y cuando David estuviera listo, después de unos 30 km del inicio del parque sintió el extremo cansancio en las piernas, más aun ahora que el camino comenzaba a escalar las faldas del imponente volcán Llaima. –Sigan sin mi, yo me voy caminando, les dijo exhausto a sus compañeros a 6 km del lago Conguillío (previsto punto final del día). -1 hora más o menos caminando, se dijo asimismo. Cuando sintió que llevaba un buen rato empujando su bicicleta por el camino siempre ascendente vio que sus amigos que había dejado atrás se habían unido a él en un verdadero gesto de amistad o cansancio. Empujando sus bicicletas hasta encontrar a Nicolás continuaron juntos por el camino de ripio de piedra volcánica que se oscurecía a medida que la tarde llegaba a su fin. Devin los consolaba diciendo que faltaba poco, que él conocía el camino.
En un momento, un hombre en una camioneta les dijo cuanto faltaba para llegar al lago, mas en un gesto amable los invitó a un camping, del cual él era dueño, a la orilla de una laguna a un par de km antes del lago Conguillío. Una oferta tentadora ahora que faltaba menos para llegar según Devin, unos metros más de subida.
Unos km más subiendo por la ruta y cuando Devin dijo: “Estoy seguro, ahora si, que esta cosa queda después de esa curva” y aceptaba que si no era verdad todo el grupo se le venía encima, llegaron finalmente al camping que bordeaba el oeste de esta laguna impresionantemente bella que junto al rojizo cielo del atardecer, troncos desnudos clavados en las aguas bajas y la vegetación que cubría todo, hacían una vista increíble y fuera de cualquier cosas que habían pensado encontrar estos 4 jóvenes que se disponían a comer su ración de tallarines de 3 minutos y a profundamente dormir el cansancio del día.
Día 3
Temprano desayunaron algo de chocolate, galletas y leche para desarmar las carpas y armar las bicicletas nuevamente y seguir rumbo al lago y empezar a bajar hasta Melipeuco, al otro lado del parque. Lo primero que vieron al salir del camping fue una enorme subida que se perdía en lo alto de la montaña o en el la grandeza del cielo. Instintivamente, y con una señal de desgaste en sus caras Devin y Nicolás acordaron subirla a pie mientras David y Bruno ya la subían andando. Al llegar arriba había hasta nieve a ambos lados del camino en donde jugaron a una guerra de nieve en movimiento mientras descendían rápidamente el cerro.
La larguísima bajada desembocó en el borde occidental del Lago Conguillío, el cual estaba seriamente poblado de turistas en micro y un viento huracanado en todas direcciones. Se detuvieron en una pequeña playa de piedras volcánicas para disfrutar del agua despreocupados, hasta entonces, de una extraña nube sobre el oriente del volcán que amenazaba más con destruir a la civilización más que con hacer llover.
Luego, se armaron con las bicicletas y comenzaron a bajar en dirección sur por un camino lleno de curvas empinadas donde se encontraron con una pareja europea con bicicletas marca NASA, y Nicolás miraba la Dinova de su hermana y se acordaba de lo que dijo el tipo que le vendió la parrilla: -¿En serio vay a ir en esa bici?, y se reía pensando que no iba a llegar lejos. Bueno, ahora sentía que no, pero se reconfortaba pensando en como mafiaron a gringo con el short con toallita, hahahhah.
Llegaron, entonces, a un páramo desierto de arena y lava negra endurecida. Un paisaje completamente inhóspito, como Marte, que sólo se complementaba con un par de pequeñas lagunas, el volcán en su totalidad hacia el oeste de donde se veía como la lava había atacado alguna vez este valle, tal vez por orden de la nube diabólica que no se movía. Para completar este cuadro mágico y casi fuera de realidad, las facciones de la Tierra les regaló el presiado viento norte, que corría impresionantemente fuerte. De esta forma les dio alas y se los llevo a toda velocidad por el camino y más rápido por los lados llanos de este. En pocos minutos alcanzaron a ver el tono verde de cerros en el sur y el fin de ese lugar que terminaba en la quebrada de un río por donde se volvía al mundo terrenal por un camino amplio y seguro. Les pareció, por el instante de minutos, que habían viajado por las entrañas y fuerzas del mismo planeta. Pararon a la orilla del río para abastecerse de agua y sacar fotos que la cámara de David nunca iba a captar. De vuelta al camino otra vez, sintieron el ripio gris, la vegetación rodeando y el río turbulento que los acompañaba sin descanso.
Continuaron por la ruta que bajaba lentamente hasta un extenso y angosto valle al sur del volcán y del parque en donde encontraron al pequeño pueblo de Melipeuco. El pueblo era en verdad un villorrio repartido a ambos lados del camino que lo cruzaba con casas de madera de 1 piso y muchas antenas de Sky. Almorzaron un reconfortante bistec a lo pobre a las 4:00 pm viendo Hit-TV. Varios niños fueron atraídos por las bicicletas apostadas afuera, como si fueran los únicos turistas que pasaban en mucho tiempo por esos lados. El pan acabó de satisfacer sus estómagos y así emprendieron nuevamente el trayecto en el ripio suelto.
Sabían que Cunco estaba a unas decenas de km en dirección oeste, pero la tarde se hacía noche y el camino recto y polvoriento entre hileras de álamos y con algo de tráfico no parecía terminar. Urgía, entonces, encontrar un lugar donde acampar. Más aun la nube parecía seguirlos y desatar su misterio maléfico sobre este rincón extraño del mundo.
El amable peón de un campo les permitió armar la carpa cerca de un río y bajo un tupido sauce donde comieron los tallarines de ese día. Comenzaron a soñar aquellos 4 jóvenes en una carpa para 2 personas abierta para que cupieran las 8 piernas sin antes ver como 4 bocas se reían después de la escala de autismo que inventó Bruno en donde se suponía que Nicolás era lejos más autista que el pendejo de 6to sentido.
Día 4
De pronto, al salir de la carpa, todo era gris, como si la nube se hubiera expandido hasta el horizonte esperando el momento para atacar, definitivamente, con lluvia; el peor escenario para seguir andando. Tomaron desayuno, armaron las carpas y bicicletas y se prepararon con cortavientos y bolsas de basura para proteger las alforjas. Así, salieron del campo sintiendo en cada pedaleo el aroma de la atmósfera cargada de agua. Cuando esta cayó, a unos pocos metros del campo, no dejó de hacerlo.
El problema de andar bajo la lluvia no es el agua que cae, porque puedes evitar que llegue a tu piel o a tu ropa con un abrigo o las bolsas de basura. Es el agua que te llega de abajo, la que despiden las ruedas cuando entran en contacto con el pavimento mojado, la que entumece todo: tu ropa, las zapatillas, los calcetines, lo que llevas al interior de las alforjas. Y te das cuenta que la bicicleta y tu cuerpo se van haciendo cada vez más pesados. Al poco rato te encuentras mojado, con frío y cansado, más aun si lo único que tienes puesto es un short y el mismo polar que has usado por 3 días y una mochila envuelta en una bolsa de basura que te da el aspecto de algún idiota que subió y bajó una montaña sin el equipo debido para afrontar dicho viaje y más ahora que llueve sin parar, no de esa lluvia de gotas ligeras como en Concepción, sino gotas gruesas, frías y pesadas del sur. Tal vez la mejor solución posible es envolverse en un plástico rojo, tomar la bicicleta y dejar de alegarse a uno mismo en tercera persona con tal de seguir adelante, tal como el hombre que vimos pasar en un punto entre Cunco y el campo donde alojamos.
Paramos en una parada de buses/micro a secarnos algo y esperar a que pase el aguacero por un rato. Ninguna de las dos cosas realmente fue efectiva por lo que seguimos el trayecto hacia Cunco, un pueblo algo más grande que Melipeuco con varios locales, policía, una plaza de armas y terminal de buses.
Alguna vez pensé que la gente que viaja afuera del país y siente la necesidad, después de un tiempo, de comer comidas tan chilenas como un chupe de locos o porotos con rienda estaba toda demente. – “4 cazuelas de entrada y 4 pollos arbejados con arroz”, repitió la mesera/dueña del local después de nuestro pedido. Nunca me imaginé comprando cazuela ni algo con arbejas pero ahí estábamos, en un frío y lluvioso día de Diciembre en Cunco, en ese instante, sin nada mas que nos molestara.
Ya que el tiempo pasaba lento como cualquier día domingo por la tarde, te fijas en los detalles que normalmente son imperceptibles, en las zapatillas secándose bajo la estufa a leña de la cocina, las bolsas que nos pusimos en los pies para reemplazarlas o en la comida que queda afuera del plato de Bruno. En ese ambiente salimos otra vez para armar las bicicletas, el equipaje y nuestro rumbo, para llegar a una iglesia a una cuadra de las cazuelas. En un pueblo siempre te vas a imaginar que tienen una iglesia abrigadora, colectiva, donde todos los creyentes se reúnen a entregarse al señor y dejan espacio para humildes viajeros cuando no. Pues bien, ese no era el caso: La iglesia la estaban construyendo y más bien parecía un paradero de micro grande con murallas no terminadas y goteras. Quisimos improvisar armando la carpa dentro de ese espacio pero nos dimos cuenta que era demasiado estúpido porque, en verdad, estaba todo el suelo mojado. Entonces vino el dilema: Bruno y David querían seguir pedaleando hasta no se donde, incluso preveían seguir haciéndolo en la noche porque Bruno no se molestaba en cansar. Así llegamos hasta una comisaría (por voluntad propia) donde un carabinero nos dio un tip sobre un hospedaje de $4000 cada uno donde sólo teníamos que preguntar por la señora de la casa y decirles que en la comisaría nos habían mandado para allá. Entonces llegamos a preguntar por la señora, a decir que veníamos de la comisaría, pagar los $4000 cada uno, dejar las bicicletas en un pasillo afuera de la pieza, ir después al living-comedor, sentarse al calor de la chimenea mientras se secaban las zapatillas y polerones, viendo tele y esperar a que pasara el día porque nadie quería seguir con la lluvia y seguir descubriendo detalles en cada gota de agua. Excepto Bruno.
Seguimos viendo tele hasta hartarnos y querer que ese día pasara rápido para ver, a primera hora del día siguiente, si era cómodo seguir o nos volvíamos en un bus a Temuco. Escuchando la radio Cuncunaza (o como se diga) que no podía ser mas huasa finalmente nos dormimos en un estado de relajación y pajerismo máximo.
Día 5
El cielo había tornado toda la atmósfera en un gris claro que contagiaba la fachada de las casas, los árboles, la gente y por último el viaje de nosotros cuatro penquistas. Nos levantamos para tomar desayuno con te club brasileño mientras veíamos a Barney engrupirse a los cabros chicos. Claramente se veía en los deseos de cada persona continuar el viaje, pero no de esta forma, no bajo ese techo gris que ahora se hacía más oscuro y comenzaba a llover. Seguimos con el desayuno en la pieza comiendo las últimas raciones de tallarines de 3 minutos que quedaban y reposamos poniéndonos finalmente de acuerdo en seguir, o mejor no.
Bajamos con las bicicletas al “centro” de Cunco y esperamos al bus en una estación que más parecía improvisación que una real estructura. Mucha gente nos miraba, con cara de extrañeza, de astronautas en otro planeta, de reporteros de la Nacional Geographic en Swazilandia, e incluso de cierta envidia. 1 hora más tarde llegó el Narbus o Narmicro y por un camino tan gris como el cielo e imaginando 4 bicicletas y 4 hombres sobre el costado del pavimento los condujo a la ciudad de Temuco.
En Temuco, capital de la IX Región de la Araucanía había llegado el improvisado final de este viaje. Yo, que luego pasaría a visitar a mi primo, despedí al resto cuando se subían al bus y les hacía señas mientras se alejaba para retornarlos sanamente a Concepción y para luego pensar en una futura sequela de esta historia.
Una vez distanciados, en la reflexión, pude apreciar más de cerca lo que en realidad se había logrado y el significado de aquel viaje, que aunque no haya sido de importancia histórica mundial o no haya abierto fronteras para el entendimiento entre dos mundos culturales distintos, sí nos dio para apreciar el compañerismo, la vida en otras circunstancias y la naturaleza que denota el paisaje chileno. Para mi eso me conforma. Habrán más viajes, es seguro, es deseable y deberían de pasar.
Escrita por Nicolás Smith